Manuel Vilas (Barbastro, 1962) es poeta y narrador. Entre sus libros de poesía destacan El cielo (DVD Ediciones, 2000), Resurrección (XV Premio Jaime Gil de Biedma, Visor, 2005) y Calor (VI Premio Fray Luis de León, Visor, 2008). Su poesía completa se publicó en 2010 (Visor) con el título de Amor. Es autor del libro de relatos Zeta (DVD Ediciones, 2002) y de las novelas Magia (DVD Ediciones, 2004), España (DVD Ediciones, 2008) y Aire Nuestro (Alfaguara, 2009). En enero de 2012 Alfaguara publicará su próxima novela. Acaba de ganar el XXXIII Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla” (2011).
POEMAS:
LITERATURA
Los pies praguenses donde vivió Frank Kafka, y sus corbatas negras y sus sombreros y sus zapatos. El pelo enjuto de James Joyce, cuya mano quemó Dublín. Los amantes de Luis Cernuda, riéndose a sus espaldas. La esposa de Shakespeare, vieja y adúltera. Los ojos verdes y estrábicos de la enfermera jefe de la clínica en que murió Nietzsche. La mano de mujer que cogió los botines de piqué de Ramón Valle-Inclán y los arrojó por la ventana. La sífilis saltarina que Gustavo Adolfo Bécquer paseó por Madrid. La sífilis idéntica pero paseada por París de Charles Baudelaire. El padrenuestro que reza el fantasma de Rimbaud en una morgue de Marsella y Dios que se hace el sordo. El padrenuestro que reza Jorge Manrique antes de soltar la mano de su padre muerto. La risa de Quevedo mientras evacúa en una esquina de Madrid, en tanto rebota el mundo en su vesícula como una piedra verde. La madre con gota de Flaubert. La autopsia de Larra, su joven cerebelo. La carne de la máscara de Fernando Pessoa. La foto del padre de Dostoievsky en la billetera de Lenin. La cabeza muy grande de Rubén Darío, tan grande como su miedo. Las sopas de ajo que marea todas las noches el Manco de Lepanto con la mano buena mientras se mira con discreción la mano ausente. Los cien kilos secos que Oscar Wilde exhibe por los cafetines de París con orgullo marchito. La mano que aúlla de Pablo Neruda. El cadáver de Cela servido con guarnición de ministros. El gran desfile de la soledad de todos los tiempos, la soledad y sus palabras, la literatura.
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LITERATURA
Los pies praguenses donde vivió Frank Kafka, y sus corbatas negras y sus sombreros y sus zapatos. El pelo enjuto de James Joyce, cuya mano quemó Dublín. Los amantes de Luis Cernuda, riéndose a sus espaldas. La esposa de Shakespeare, vieja y adúltera. Los ojos verdes y estrábicos de la enfermera jefe de la clínica en que murió Nietzsche. La mano de mujer que cogió los botines de piqué de Ramón Valle-Inclán y los arrojó por la ventana. La sífilis saltarina que Gustavo Adolfo Bécquer paseó por Madrid. La sífilis idéntica pero paseada por París de Charles Baudelaire. El padrenuestro que reza el fantasma de Rimbaud en una morgue de Marsella y Dios que se hace el sordo. El padrenuestro que reza Jorge Manrique antes de soltar la mano de su padre muerto. La risa de Quevedo mientras evacúa en una esquina de Madrid, en tanto rebota el mundo en su vesícula como una piedra verde. La madre con gota de Flaubert. La autopsia de Larra, su joven cerebelo. La carne de la máscara de Fernando Pessoa. La foto del padre de Dostoievsky en la billetera de Lenin. La cabeza muy grande de Rubén Darío, tan grande como su miedo. Las sopas de ajo que marea todas las noches el Manco de Lepanto con la mano buena mientras se mira con discreción la mano ausente. Los cien kilos secos que Oscar Wilde exhibe por los cafetines de París con orgullo marchito. La mano que aúlla de Pablo Neruda. El cadáver de Cela servido con guarnición de ministros. El gran desfile de la soledad de todos los tiempos, la soledad y sus palabras, la literatura.
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MUJERES
No las ves que están agotadas, que no se tienen en pie, que son ellas las que sostienen cualquier ciudad, todas las ciudades. Con el matrimonio, con la maternidad, con la viudedad, con los golpes, ellas cargan con este mundo, con este sábado por la noche donde ríen un poco frente a un vaso de vino blanco y unas olivas. Cargan con maridos infumables, con novios intratables, con padres en coma, con hijos suspendidos. Fuman más que los hombres. Tienen cánceres de pulmón, enferman, y tienen que estar guapas. Se ponen cremas, son una tiranía las cremas. Perfumes y medias y bragas finas y peinados y maquillajes y zapatos que torturan. Pero envejecen. No dejan las mujeres tras de sí nada, hijos, como mucho, hijos que no se acuerdan de sus madres. Nadie se acuerda de las mujeres. La verdad es que no sabemos nada de ellas. Las veo a veces en las calles, en las tiendas, sonriendo. Esperan a sus hijos a la salida del colegio. Trabajan en todas partes. Amas de casa encerradas en cocinas que dan a patios de luces. Sonríen las mujeres, como si la vida fuese buena. En muchos países las lapidan. En otros las violan. En el nuestro las maltratan hasta morir. Trabajan fuera de casa, y trabajan en casa, y trabajan en las pescaderías o en las fábricas o en las panaderías o en los bares o en los bingos. No sabemos en qué piensan cuando mueren a manos de los hombres
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HISTORIA DE UNA CAMARERA
Encima de la cama estoy, sin sueño, está amaneciendo en Cádiz,
se oyen gaviotas trayendo el nuevo día, que yo no sé si viviré,
porque tengo ganas de morir, y llaman a la puerta, y es el servicio
de habitaciones, que me trae un desayuno delicioso: pruebo
un poco de todo, y he salido desnudo a recibir mi bandeja,
y una camarera veinteañera se ha ruborizado, es la playa y el mar,
le he dicho con acento francés, fingiendo ser un turista,
y ella iba tan guapa con su bata azul, y tan limpia y tan mona,
y cómo se notaba lo bien que había dormido; ven, pasa,
le he dicho, enséñame el color de tus bragas y te daré diez
billetes, sólo quiero saber de qué color son y tal vez si están
ya un poco viejas, cuánto te pagan en el hotel, enséñamelas
y luego te dejaré mi cartera y coges lo que te dé la gana.
Está bueno el café, el cruasán lleva miel y las frutas están
maduras, y ella ha puesto una pierna sobre la silla y se ha subido
la falda y no llevaba bragas, me ha enseñado el culo,
su precioso culo de camarera y se ha reído un buen rato,
y casi me ha apetecido tocarle el culo pero para qué hacerlo,
para qué acariciar una bestia salvaje como ésta que se esconde
bajo la apariencia de una inocente camarera, con ver
el capricho de su ausencia de bragas, su descaro virginal,
su carne dulce y su muslo firme, el vello suave, ordenado, me basta,
y le he dado un cheque de cien billetes porque pensaba
morirme esta mañana, pero la sorpresa de que mi camarera
no llevase bragas, ni rojas ni negras ni blancas, me ha devuelto
el interés por la vida, porque la vida es una inacabable fantasía.
Me despido de ella y le digo lo que el espectro del padre
de Hamlet a su hijo “recuérdame” y pongo voz grave y teatral,
y ella me sonríe de nuevo, y se va contenta con su pequeña fortuna.
Y otra vez vuelvo a ser feliz, y dejo el café con leche y las tostadas
y me pongo ginebra en el vaso del zumo de naranja, y ya hace calor,
y miro el mar desde la terraza de mi habitación, y me afeito
y me ducho, y paseo desnudo por la habitación, y bebo más,
y me pongo un exquisito traje de verano, y salgo a la calle.
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Pere Rovira (Vila-Seca de Solana, Tarragona, 1947) vive en el campo, cerca
de Lleida, en cuya Universidad trabaja como profesor de Literatura Española
Moderna. Le gusta estar con su mujer y con sus hijos, cazar perdices rojas y
hablar con los amigos. Detesta la mala comida, la poesía mala, la estupidez académica
y el arte de vanguardia. Le sería difícil vivir sin música y sin cine. Ha viajado
bastante y quiere seguir haciéndolo, aunque sus lugares predilectos son, en
primavera, las colinas que rodean el pueblo donde vive, y el resto del año, las
llanuras y las playas del Delta del Ebro. Es partidario de la libertad. No obstante,
no cree en el progreso literario: no cambiaría ninguna gran novela del siglo
XIX por ninguna novela del siglo XX, ni, por supuesto, un par de buenos poemas
de Paul Verlaine por toda la obra de André Breton. Sus poetas preferidos
son Baudelaire y Antonio Machado. El escritor catalán al que lee con más gusto
es Josep Pla.
En un poema del último libro de Pere Rovira, La mar de dins (el mar de dentro),
se dice que la poesía no recupera nada. El autor no interpreta esta opinión
de una manera pesimista, porque quiere creer que habla de la potencia de la vida,
y porque él ha comprobado que la poesía puede regalar muchas cosas a una vida.
POEMAS :
PODERS
Quan acabem, em demanes que rigui,
com abans, del món,
i que et digui que és nostre,
que és tot nostre, amb la insolència
de véncer amb el plaer.
I és cert que dominem aquesta plana
blanca i calenta; som els reis
d'aquest llit que, si no obrim els ulls,
és gran com un impreri.
Però el temps, injuriós, m'ha obligat a descreure
i a clavar els dits al somni:
poca cosa tenim que només sigui nostra,
el teu cos i el meu fred
que s'amaga dins teu.
(Distàncies)
PODERES
Al acabar me pides que me ría,
como antes, del mundo,
y que diga que es nuestro,
todo nuestro, con la alegre insolencia
que nos dan las victorias del placer.
Y es cierto, dominamos este valle
blanco y caliente, esta cama
que nos regala un reino
si no abrimos los ojos.
Pero el tiempo insultante, no me deja creer
y me rasga los sueños:
tenemos poca cosa que sea sólo nuestra,
nada más que tu cuerpo y mi frío
escondiéndose dentro de ti.
(De Distancias)
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ELEGIA D'AUSONI A DINAMI DE BORDEUS,
QUE ENSENYÀ I MORÍ A LLEIDA
Ara ja recuperes el teu nom,
Dinami, amic, sota la terra rica
de la petita Lleida, nova pàtria
on et deies Flavini i ensenyaves,
lluny de la injusta còlera dels teus,
a comprendre i a dir.
Paraules vils,
per un pecat que els nostres temps odien,
a fugir et condemnaren. Tu, només
culpable de ser dòcil a la carn
i rebel a les lleis cruels dels anys.
Però el destí és benèvol quan castiga
un home generós: Flavini fou
a la bromosa Lleida més feliç
que Dinami a Bordeus. La joventut
era el teu nou honor, i la tenies
als braços cada nit fins que esclataren
les tristes flors d'enguany a les pomeres.
Si les ombres encara senten res,
en nom de l'amistat antiga nostra,
accepta aquest record meu que no vol
robar-te de la terra que t'aculi:
sigues eternament Flavini a Lleida,
Dinami, amic de qui no fórem dignes.
ELEGÍA DE AUSONIO A DINAMIO DE BURDEOS,
QUE ENSEÑÓ Y MURIÓ EN LLEIDA
Ahora recuperas ya tu nombre,
Dinamio, amigo, bajo la rica tierra
de la pequeña Lleida, nueva patria
donde fuiste Flavinio y enseñabas,
lejos de la ira injusta de los tuyos,
a entender y a decir.
Palabras viles,
por un pecado que odian nuestros tiempos,
a huir te condenaron. Tú, tan sólo
culpable de ser dócil a la carne
y rebelde a la ley cruel de los años.
Pero es benévolo el destino si castiga
a un hombre generosos: fue Flavinio
en la brumosa Lleida más feliz
que Dinamio en Burdeos. La juventud
era tu nuevo honor, y la abrazaste
noches y noches hasta que estalló
la triste flor de este año en los manzanos.
Si las sombras aún pueden sentir,
en nombre de la antigua amistad nuestra,
acepta este recuerdo que no quiere
robarte de la tierra que te acoje:
sé ya Flavinio en Lleida eternamente,
Dinamio, amigo de quien no fuimos dignos.
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EL PROFESOR
Encara veu espurnes de bellesa
en la mirada verda d'una noia
o en el gest impulsiu
del noi que busca en els poemes
la resposta del cos.
Sap que es perdran,
que es dissoldrà el desig de la paratula,
el somni generós d'un altre amor;
en l'aigua bruta de l'ofici sòrdid.
Oblidaran la poesia,
que ara els regala temps, cors, alegria,
noblesa i sofriment.
D'aquí a pocs anys,
serà treball la seva joventut,
record el sentiment,
ruïna conjugal la nit que els crema.
Ell seguirà ensenyant, i perseguint
espurnes condemnades.
EL PROFESOR
Aún encuentra brasas de belleza
en la mirada verde de una chica
o en el gesto impulsivo
del muchacho que busca en los poemas
la respuesta del cuerpo.
Se perderán, lo sabe,
y ha de hundirse el deseo de palabras,
el sueño generoso de otro amor,
en los pantanos del oficio sórdido.
Olvidarán la poesía,
que les regala el tiempo, corazones,
alegría, nobleza y sufrimiento.
En unos años,
será trabajo ya su juventud,
recuerdo el sentimiento,
ruina conyugal la noche que los quema,
El seguirá enseñando, y persiguiendo
las brasas condenadas.
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DEEP IN BLUE
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